Sujeción, poder y cuerpos en Aprés moi, le dèluge
Sujeción, poder y cuerpos en Aprés moi, le dèluge
La obra teatral Aprés moi, le déluge nos muestra la perspectiva de cuatro personajes que residen en Kinshasa (el hombre de negocios, la intérprete, el padre y el hijo). No obstante, estas perspectivas múltiples se nos presentan a través de únicamente la voz narrativa de dos de personajes (el hombre de negocios y la intérprete). Podemos ver, por tanto, que la voz del padre y el hijo se nos presentan de forma mediatizada; la del primero a través de la intérprete y la del segundo a través de su padre.
En cuanto al espacio, la trama tiene lugar en la antesala del dormitorio en el que el hombre de negocios se hospeda. En dicho lugar, los demás personajes aparecen en calidad de invitados, como personajes que no gozan de pleno poder en ese espacio. La diferencia de poder, por tanto, no solo se ve reflejada en el espacio y en quién está legitimado para permitir la entrada o forzar la salida, sino también en el cargo que cada persona tiene y en el poder que dicho cargo les otorga. Así pues, por su trabajo, el hombre de negocios habita la posición de poder más privilegiada, lo que le confiere la máxima potencia a la hora de tomar una decisión. Tras el hombre de negocios, las demás posiciones de poder recaen, ordenadas jerárquicamente, sobre la intérprete, el padre y su hijo. Por ende, vemos cómo el hombre de negocios es el único personaje que goza de pleno derecho en cuando a la articulación de su voz sobre la de los demás, la decisión de permitir o denegar el acceso a su espacio y, por último, de tener un trabajo jerárquicamente superior (de ahí que gane más dinero que los demás y que su tiempo sea mucho más valioso).
Visto así, el poder confiere al hombre de negocios la posición hegemónica, permitiendo que su ideología y su subjetividad formen parte del orden establecido del espacio que habita en la República del Congo. Su ideología, por otro lado, está fuertemente influida por su nacionalidad (en el texto se deja entrever que es un europeo que reside en Sudáfrica) puede definir por su género (opuesto al de la intérprete y de cuyo privilegio intenta hacer uso para flirtear con ella), por su condición de persona blanca (él mismo se define como un “hijo de puta de negocios blanco”). La obra, por lo tanto, pone en juego estas dicotomías para mostrar, en toda su gradación, la violencia que ejerce la parte hegemónica de estos pares de binomios: europeo/africano, hombre de negocios/labrador, hombre/mujer, blanco/negro, riqueza/pobreza, entre los más relevantes.
Foucault señala muy acertadamente que “el cuerpo humano es una fuerza de producción, pero … no existe tal cual, como un artículo biológico o como un material. El cuerpo humano existe en y a través de un sistema político. El poder político proporciona cierto espacio al individuo: un espacio donde comportarse, donde adoptar una postura particular, sentarse de una determinada forma o trabajar continuamente” (1999, p. 65). En este caso, vemos cómo las variables que hemos ido analizan se presentan semióticamente en los cuerpos y comportamientos de los usuarios (desde sus características étnicas, hasta su ropa de “Louis Vouiton”). El poder, por tanto, emana de ahí; de sus actos y de cómo sus cuerpos los insertan en una economía de poder específica, sustentándose en ellas al tiempo que se someten. Como señala Judith Butler, “el poder nunca es solo una condición externa o anterior al sujeto, ni tampoco puede identificarse exclusivamente con este. Para que puedan persistir, las condiciones del poder han de ser reiteradas: el sujeto es precisamente el lugar de esa reiteración, que nunca es una repetición meramente mecánica” (2007, p. 27). Así entendido, el poder impregna cualquier recoveco de esta obra teatral; pues lo que se nos presentan son las reiteraciones de las violencias del poder hegemónico, que pretenden –a nuestro juicio– ser criticadas.
Los mecanismos ideológicos del estado que menciona Althusser (2008), pues, son los que han dotado a la mencionada reiteración de una aparente naturalidad; naturalidad que, por otro lado, contrasta con la brutalidad y el altísimo nivel de violencia que se denuncia en el relato. Pareciera como si el coltán y la necesidad de ganar dinero fuese ese tupido velo que pretende enmascarar toda la muerte, la explotación, la miseria, la falta de voz y la incapacidad de mejora que sustenta el orden establecido en el Congo.
Nos parece sumamente significativo el hecho de que la voz de los personajes más alterados sea la que, por carecer de poder, queda relegada al plano de lo simbólico, a lo meramente discursivo. Dicho de otro modo, su discurso (el de la vida del padre y de su hijo) no hace sino reiterar la propia sujeción que le impone la ideología y los mecanismos biopolíticos de poder que los someten. Solo pueden hablar, no sin por ello quedar exentos de castigo alguno (recordemos que al final del relato el hombre de negocios confiesa su intención de llamar a los guardas de seguridad y denunciar el robo del reloj que él mismo se había ofrecido a regalarle). La posibilidad de subversión del sujeto subalterno es reducida, por tanto, a un mero discurso que con facilidad puede ser olvidado.
A nuestro juicio, Aprés moi, le déluge, con frases como “los hombres de negocios no tienen almas”, pretende criticar la sujeción que caracteriza a aquellos cuerpos hegemónicos que roban, extraen y hacen uso de su poder y privilegio al apoyarse en el sistema capitalista que nos sujeta.
Bibliografía
Althusser, L. (2008). Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado. In S. X. Editores (Ed.), La filosofía como arma de la revolución.
Butler, J. (2007). Mecanismos psíquicos del poder. Cátedra.
Foucault, M. (1999). Ética, estética y hermenéutica (Vol. III). Paidós.
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